Pero
si
se
nos
dice
que
la
verdad
del
Zen
es
evidente,
que
está
delante
de
nuestros
ojos
en
todos
los
momentos
del
día,
esto
no
habrá
de
llevarnos
muy
lejos.
No
parece
que
los
acontecimientos
del
día
tengan
algo
de
notable;
no
parece
que
haya
nada
en
eso
de
vestirse,
comer
la
comida
o
lavarse
las
manos
que
pueda
indicar
la
presencia
del
Nirvana
o
el
estado
de
Buda.
Sin
embargo
cuando
un
monje
le
preguntó
al
maestro
Chao~chou
"Qué
es
el
Tao?",
él
le
contestó:
"La
vida
común
es
el
Tao
mismo".
El
monje
volvió
a
preguntar:
"Cómo
podemos
ponernos
de
acuerdo
con
él?"
(o
sea,
"Cómo
podemos
ponernos
en
armonía
y
unidad
con
él?").
Chao~chou
contestó:
"Si
tratas
de
ponerte
de
acuerdo
con
él,
te
apartarás
de
él";
pues
la
vida,
tomada
como
la
serie
común
de
acontecimientos
diarios
variados,
es
algo
esencialmente
evasivo
e
indefinible;
jamás
permanece
igual
ni
por
un
momento;
nunca
podemos
hacer
que
se
quede
quieta
para
analizarla
y
definirla.
Si
tratamos
de
pensar
sobre
la
rapidez
con
que
pasa
el
tiempo
o
cambian
las
cosas,
la
mente
se
nos
transforma
en
un
torbellino.
Mientras
más
nos
esforcemos
por
aferrar
el
momento,
de
apoderarnos
de
una
sensación
placentera
o
de
definir
algo
en
forma
tal
que
resulte
satisfactorio
en
cualquier
momento
para
todos,
más
evasivo
resulta.
Se
ha
dicho
que
definir
es
matar,
y
que
si
el
viento
se
detuviera
por
un
segundo
para
que
pudiéramos
apoderarnos
de
él,
dejaría
de
ser
viento.
La
misma
cosa
ocurre
con
la
vida.
Las
cosas
y
los
acontecimientos
están
moviéndose
y
cambiando
perpetuamente;
no
podemos
apoderarnos
del
momento
presente
y
obligarlo
a
que
se
quede
con
nosotros;
no
podemos
traer
de
vuelta
el
tiempo
pasado,
ni
conservar
para
siempre
una
sensación
pasajera.
Cuando
tratamos
de
hacerlo,
todo
lo
que
conseguimos
es
un
recuerdo
muerto;
la
realidad
no
está
allí,
y
no
puede
derivarse
de
ello
satisfacción
alguna.
Si
repentinamente
nos
damos
cuenta
de
que
somos
felices,
mientras
más
tratemos
de
pensar
en
algún
medio
para
conservar
nuestra
felicidad,
más
rápidamente
se
nos
escapará.
Tratamos
de
definir
la
felicidad
con
el
fin
de
poder
saber
cómo
hallarla
cuando
nos
sintamos
desgraciados.
Un
hombre
piensa:
"Soy
feliz
ahora
por
poder
permanecer
en
este
lugar.
Por
lo
tanto
la
felicidad,
para
mí,
es
venir
y
quedarme
en
este
lugar".
Y
la
próxima
vez
que
se
sienta
desgraciado
tratará
de
aplicar
esta
definición;
irá
de
nuevo
a
ese
lugar,
y
descubrirá
que
no
lo
hace
feliz.
Sólo
existirá
el
recuerdo
muerto
de
la
felicidad,
y
la
definición
ya
no
sirve.
La
felicidad
es
algo
así
como
los
pájaros
azules
de
Maeterlink:
si
se
trata
de
capturarlos
pierden
su
color;
es
algo
así
como
tratar
de
encerrar
agua
dentro
de
las
manos:
mientras
más
fuerte
se
apriete,
más
rápidamente
se
desliza
entre
los
dedos.
Por
ello,
cuando
a
un
maestro
Zen
se
le
preguntó:
"Qué
es
el
tao?",
respondió
de
inmediato:
"Sigue
andando!",
pues
solamente
podemos
enterder
la
vida
andando
a
la
par
con
ella;
mediante
una
completa
afirmación
y
aceptación
de
sus
mágicas
transformaciones
e
interminables
cambios.
Es
gracias
a
esta
aceptación
que
el
discípulo
Zen
se
siente
invadido
por
una
gran
admiración,
pues
todas
las
cosas
se
renuevan
permanentemente.
El
comienzo
del
universo
se
produce
ahora,
pues
todas
las
cosas
se
están
creando
en
este
momento,
y
el
fin
del
universo
es
ahora,
pues
todas
las
cosas
están
muriendo
en
este
momento.
Se
define
en
ocasiones
al
Zen
como
"ir
rectamente
hacia
delante",
o
"ir
derecho
adelante",
pues
el
Zen
significa
moverse
con
la
vida
sin
tratar
de
detener
e
interrumpir
su
flujo.
Es
un
conocimiento
inmediato
de
las
cosas
mientras
viven
y
mueren,
que
se
diferencia
de
la
simple
comprensión
de
las
ideas
y
sentimientos
acerca
de
las
cosas,
que
son
símbolos
muertos
de
una
realidad
viva.
Por
ello
el
maestro
Takuan
dice
en
relación
con
el
arte
de
la
esgrima
(Kendo)
--arte
fuertemente
influenciado
por
los
principios
del
Zen:
Esto --lo que podría denominarse una actitud mental de "no interferencia"-- constituye el elemento más vital del arte de la esgrima, como asimismo del Zen. Si queda lugar para que quepa aunque sea un pelo entre dos acciones, esto es interrupción.
Con
esto
quería
decir
que
el
contacto
entre
un
acontecimiento
y
la
reacción
ante
el
mismo
no
debiera
de
ser
roto
por
el
pensamiento
discursivo,
pues,
continúa
diciendo:
Cuando se golpean las manos, el sonido se produce sin pensarlo ni por un instante. El sonido no espera ni piensa antes de salir. No existe interrupción; un movimiento sigue al otro sin ser interrumpido por la mente consciente. Si se siente molesto y medita sobre qué hacer, frente al adversario que está a punto de derribarlo, usted le da lugar, es decir, una feliz oportunidad para su mortífero golpe. Deje que su defensa siga al ataque sin la menor interrupción, y no habrá entonces dos movimientos separados conocidos como ataque y defensa.
De
ahí
que
si
"ataque"
representa
al
mundo
exterior,
o
la
vida,
y
"defensa"
la
reacción
de
uno
ante
la
vida,
debe
aceptarse
que
esto
significa
que
la
distinción
entre
"yo"
y
"la
vida"
queda
destruida;
el
egoismo
desaparece
cuando
el
contacto
entre
los
dos
es
tan
inmediato
que
se
mueven
juntos,
manteniendo
el
mismo
ritmo.
Dice
más
adelante
Takuan:
En el Zen, y en la esgrima también, se da gran valor a una mente no vacilante, no interrupción, no lejanía. También se alude en el Zen a un relámpago, o a las chispas que se producen con el impacto de dos piedras. Si esto se comprende dándole el sentido de rapidez, se comete una lastimosa equivocación. La idea es demostrar la contigüidad de la acción, un movimiento ininterrumpido de energía vital. Cada vez que se permita una interrupción por parte de algo que no esté en relación vital con la ocasión, puede estar seguro de que habrá de perder su propia posición. Esto, por supuesto, no quiere expresar el deseo de que las cosas se hagan imprudentemente o en el menor tiempo posible. Si usted albergara este deseo, su sola presencia habría de constituir una interrupción.
Esto
es
en
muchos
sentidos
similar
al
arte
de
escuchar
música;
si
uno
se
detiene
a
considerar
sus
reacciones
intelectuales
o
emotivas
ante
una
sinfonía
que
se
está
ejecutando,
a
analizar
la
construcción
de
un
acorde
o
detenerse
en
una
frase
determinada,
se
pierde
la
melodía.
Para
escuchar
la
sinfonía
completa
uno
debe
concentrarse
en
el
flujo
de
las
notas
y
las
armonías
mientras
se
va
produciendo,
manteniendo
la
mente
sujeta
continuamente
al
mismo
ritmo.
Reflexionar
sobre
lo
que
ha
ocurrido,
pensar
sobre
lo
que
habrá
de
venir,
o
analizar
el
efecto
que
tiene
sobre
nosotros,
equivale
a
interrumpir
la
sinfonía
y
dejar
escapar
la
realidad.
Toda
la
atención
debe
ser
dirigida
hacia
la
sinfonía,
olvidándonos
de
nosotros
mismos;
si
se
hace
conscientemente
la
tentativa
de
concentrarnos
sobre
la
sinfonía,
la
mente
se
desvía
por
causa
del
pensamiento
de
que
estamos
tratando
de
concentrarnos,
y
fue
por
esta
razón
que
Chao~chou
le
dijo
al
monje
que
si
tratabade
armonizarse
con
el
Tao,
se
apartaría
de
él.
Por
lo
tanto
el
Zen
hizo
más
que
limitarse
a
decirle
al
hombre
que
escuchara
la
sinfonía
sin
ponerse
a
pensar
sobre
las
reacciones
que
en
él
provocaba;
!pues
hasta
el
simple
hecho
de
decirle
a
alguien
que
no
piense
sobre
sus
reacciones
independientes,
ya
significa
hacerlo
pensar
que
no
piense
en
ellas!
Por
lo
tanto
el
Zen
adoptó
el
método
positivo
de
destacar
la
sinfonía
de
la
vida
en
sí
misma.
Conocer
la
naturaleza
de
Buda
significaba
conocer
la
vida,
aparte
de
las
"interrupciones",
la
principal
de
las
cuales
era
el
concepto
del
yo
como
entidad
diferenciada
de
la
vida,
ocupada
enteramente
en
sus
propias
reacciones
privadas
frente
a
la
realidad
como
algo
distinto
de
la
realidad
misma.
Pero
mientras
los
filósofos
del
Mahayana
se
entretenían
intelectualmente
con
estas
cosas,
interesándose
en
las
ideas
antes
que
en
las
realidades,
el
Zen
iba
más
allá
de
todo
pensamiento
discursivo.
Cuando
se
le
preguntaba
sobre
los
misterios
ultérrimos
del
Budismo,
respondía
[el
Buda]:
"El
árbol
de
ciprés
en
el
patio";
"El
bosquecillo
de
bambú
al
pie
de
la
colina";
"La
basura
seca
en
el
rastrillo".
!Cualquier
cosa
que
saque
a
la
mente
de
las
abstracciones
de
la
vida!
La
vida
Zen
no
se
mueve
dentro
de
carriles;
es
la
libertad
del
espíritu,
libre
de
las
trabas
de
las
circunstancias
externas
y
las
ilusiones
internas.
Su
naturaleza
íntima
es
de
tan
especial
carácter
que
no
puede
ser
descrita
en
palabras,
y
lo
que
más
puede
acercarnos
a
ella
es
la
analogía.
Es
como
el
viento
que
se
mueve
sobre
la
superficie
de
la
tierra,
sin
detenerse
jamás
en
ningún
lugar
determinado,
no
apegándose
nunca
a
ningún
objeto
particular,
adaptándose
siempre
a
los
progresos
y
retrocesos
de
la
tierra.
Si
tales
analogía
dan
la
impresión
de
un
soñoliento
laissez
faire
,
es
necesario
recordar
que
el
Zen
no
siempre
es
una
suave
brisa,
como
el
Taoísmo
decadende;
con
bastante
frecuencia
es
una
ráfaga
violenta
que
barre
implacablemente
todo
lo
que
encuentra
a
su
paso,
un
ventarrón
de
hielo
que
penetra
hasta
el
corazón
de
todo
y
lo
atraviesa
de
lado
a
lado.
La
libertad
y
pobreza
del
Zen
es
abandonar
todo
y
"seguir
adelante",
pues
esto
es
lo
que
la
vida
misma
hace,
y
el
Zen
es
la
religión
de
la
vida.
osho
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