viernes, 12 de abril de 2013

Morir sin argumento alguno

¿Sabe usted qué significa entrar en contacto con la muerte, morir sin argumento alguno? Porque la muerte, cuando llega, no argumenta con usted. Para enfrentarse a ella tiene usted que morir cada día para todas las cosas: para su angustia, para su soledad, para la relación a la que se apega; tiene que morir para su pensamiento, para su hábito, morir para su esposa, de modo que pueda mirarla de un modo nuevo; tiene que morir para su sociedad, a fin de que usted, como ser humano, sea nuevo, lozano, joven, y desde ese estado pueda considerarla. Pero usted no puede enfrentarse a la muerte si no muere cada día. Sólo cuando uno muere para lo conocido, hay amor. Una mente atemorizada no ama; tiene hábitos, simpatía, puede forzarse a ser amable y superficialmente considerada. Pero el miedo engendra dolor, y el dolor es tiempo como pensamiento.
En consecuencia, terminar con el dolor es entrar en contacto con la muerte mientras uno está vivo, muriendo para su nombre, para su casa, su propiedad, su causa ‑eso es lo que va a ocurrir cuando uno muera-, de modo que esté fresco, joven, claro y pueda ver las cosas como son, sin distorsión alguna. Pero tenemos una muerte limitada a lo físico. Sabemos muy bien, lógicamente, sensatamente, que el organismo va a llegar a su fin. De modo que inventamos una vida que ya hemos vivido, una vida de angustia cotidiana, de insensibilidad cotidiana, de problemas crecientes con su estupidez; ésa es la vida que queremos llevar al otro lado, y la llamamos el «alma», de la que decimos que es la cosa más sagrada, una fracción de lo divino; pero eso sigue formando parte de nuestro pensamiento y, por lo tanto, no tiene nada que ver con la divinidad. ¡Es nuestra vida!
De manera que uno tiene que vivir cada día muriendo; muriendo, porque entonces está uno en verdadero contacto con la vida.


15 de noviembre; Obras Completas de J. Krishnamurti - Vol. XV